
Me impresionaron, de entrada, sus playas, la blancura de la arena, los colores del mar… y su gente, que tenía un acento tan diferente del mío norteño.
Además, había momentos en que creía escuchar otro idioma. Y descubrí que, efectivamente, hablaban maya.
Entonces decidí: «Aquí voy a vivir de grande».